Uno de los grandes fenómenos musicales de 2021 ha sido, sin duda, la publicación y emisión del documental “Get back”, dirigido por Peter Jackson y que muestra de manera cruda y directa aproximadamente un mes de la vida del mítico grupo, situado además al final de la vida de la banda como tal.
En el documental hay carnaza para haters: la figura de Yoko Ono, omnipresente como un fantasma; las peleas entre John y Paul, el abandono de George Harrison en medio de la grabación y las posteriores reuniones, al principio sin éxito, para hacerlo volver; la desgana del grupo para hacer nuevos conciertos; la continua sensación de que en realidad no quieren estar ahí y que no tienen una idea clara de lo que van a conseguir en esas sesiones, la aparición de la policía en el famoso concierto del tejado…
Todo eso no tiene la mayor importancia.
La magia de “Get back” es que nos pone, en situación de asombroso privilegio, delante del proceso de creación musical. Y además nos pone delante del proceso de creación musical de algunos de los más maravillosos creadores musicales de todos los tiempos. Poder observar todo eso, día a día, canción a canción, ensayo a ensayo, es un privilegio para los que adoramos la música, y es un privilegio tan emocionante que hace llorar.
En el documental vemos como los cuatro componentes del grupo vienen con sus ideas en bruto, algunas empezadas a desarrollar la noche anterior, otras (como la del video) prácticamente desarrolladas delante de nuestros ojos. Vemos como esas ideas se comparten con el resto del grupo, y vemos como unos y otros colaboran en arreglos, intenciones, ayudan a construir las letras…
Hay un momento en el que Paul y John están escribiendo la letra del “Get back” y empiezan a proponer versos y palabras para la letra, y Paul dice “left his home in Tucson Arizona”, y John dice algo así como “eso suena bien, pero… ¿Tucson está en Arizona?”. Esos momentos, presentados de manera tan bruta y cruda, se repiten millones de veces en todos los grupos del mundo, en todos los músicos del mundo, y son muchas veces el origen de todas aquellas canciones maravillosas que luego disfrutamos, una vez que sus autores las han dado por terminadas, y que se han grabado en un estudio, se han mezclado, se han masterizado, se han plastificado (o subido a Internet) y se han comercializado para llegar a nuestros oidos. Cuando, además, el disco que protagoniza las sesiones que estás viendo te ha acompañado prácticamente durante toda tu vida, la visión del documental se convierte en uno de los momentos más emocionantes que has podido vivir: empiezas a ver cómo van creciendo esas canciones que son parte de vida, detectas un pequeño arreglo que en los primeros intentos no estaba y que en un momento mágico alguno de los cuatro añade y que reconoces en la versión final de la canción, observas cómo la letra va cambiando día a día (a veces te dan ganas de gritarles “pero que la canción no es así, que la letra es tal”)… de verdad, es enormemente emocionante.