“Miss Saigon” es una canción brutal. Incrustada en la parte final de “Trinchera pop”, sirve tanto de autoconfesión como de propia exploración, con el recorrido por la ciudad de Vigo como inhóspito escenario de una redención vital que termina con el autor aceptando y abrazando la necesidad de seguir adelante.
Me van a perdonar Amaro e Iván, quizá sea algo consciente pero no lo sé: esta canción es una recreación o un reinvento del “Paranoid android” o de alguna canción del “Kid A” o del “Imsomniac”. Instrumentalmente compleja, casi sin una melodía definida, casi sin estribillo, con ese ritmo atropellado y ansioso, construida a trozos, pero guardando una unidad valiente y natural, “Miss saigon” callejea a veces lentamente por callejones de poca iluminación, y se lanza otras veces a toda velocidad por anchas avenidas llenas de luz. Cada cruce y cada recodo nos pone enfrente de una nueva frase que habla de nosotros.
Me gustaría estar furioso contigo pero mis demonios no me dejan en paz.
No necesito descubrir si aquí nunca tuve un sitio para mí.
No necesito descubrir quién soy.
Si hemos sabido como continuar no ha sido gracias a la adversidad.
Me detengo para comprender que nos aislamos por necesidad.
Solo confío en la necesidad.
Escucho “Miss saigon” y sé que la tengo ahí por si necesito descubrir quién soy. Ese es mi problema, ese es mi Vietnam, esta es mi ciudad.